LOS ARÁCNIDOS
comprenden a todos aquellos animales que, en México, se conocen con los nombres comunes de alacranes o escorpiones, vinagrillos, tendarapos, matavenados, arañas, tarántulas, arañas patonas y algunos otros locales (aquí no se incluyen a los ácaros, tratados ya en otro libro de la misma serie: A. Hoffmann, 1988, Animales desconocidos. Relatos acarológicos). Se les encuentra en todas las regiones del país, pero son más frecuentes en las zonas calientes y templadas no sólo de México, sino de todo el mundo.
Se consideran los animales terrestres más antiguos de todos. Por sus restos fósiles (particularmente los alacranes) se conocen desde el Silúrico y han llegado hasta nuestros días sin sufrir grandes cambios en su morfología y costumbres. Los más evolucionados en este sentido han sido las arañas, que han conseguido adaptarse a muchos hábitats diferentes y han logrado desarrollar diversos mecanismos de defensa y captura de sus presas.
Todos son terrestres, a excepción de unas pocas especies de arañas con hábitos semiacuáticos y una que otra que ha encontrado la forma ingeniosa de vivir bajo el agua, a pesar de tener, como todas, respiración aérea.
Figura 1. Vista dorsal de un arácnido (araña).
La mayor parte de los arácnidos son de hábitos nocturnos y huyen de la luz directa; durante el día permanecen escondidos en sus diversos refugios, bajo piedras o corteza de árboles, entre los huecos de la tierra, de las rocas o de las paredes, en los techos de vigas viejas o de palma de las viviendas, entre la maleza o cualquier sitio o rincón oscuro que les dé protección que les brinde fácil acceso a su comida. Muchos de ellos son capaces de enterrarse, no sólo en la arena floja de las playas y entre la tierra suelta, revuelta con hojarasca de bosques y praderas, sino también en el suelo semiduro y duro de muchas regiones secas y desérticas. Según el grupo de que se trate, se encuentran desde el nivel del mar, hasta altitudes de 5 000 msnm en las montañas de nieves permanentes. Muchos descienden de habitantes cavernícolas y hasta la fecha continúan viviendo en ese medio; otras especies, de costumbres epigeas, también se han ido adaptando a vivir en el ambiente oscuro de las cuevas.
Con excepción de algunos opiliones, que se alimentan de hongos o de materia orgánica en descomposición, todos los demás arácnidos son típicos depredadores, o sea, necesitan cazar a otros animales como medio de sustento. Su dieta incluye una variedad enorme de invertebrados y algunos pequeños vertebrados, pero su manjar predilecto son otros artrópodos, sobre todo insectos.
Dentro del sistema de clasificación de los artrópodos pertenecen al subphylum Chelicerata, que se caracteriza por tener quelíceros y pedipalpos (no tienen antenas ni mandíbulas propias del otro subphylum Mandibulata). Su morfología general no es complicada (figuras 1 y 2). El cuerpo lo tienen dividido en dos regiones muy claras, una anterior que recibe el nombre de prosoma (del griego pro, anterior y soma, cuerpo) y una posterior, que es el opistosoma (del griego opistos, posterior y soma, cuerpo). Dependiendo del grupo, estas dos partes pueden estar unidas entre sí en todo lo ancho o a través de un estrecho pedicelo. El prosoma está generalmente cubierto por un caparazón duro y no segmentado, pero en los palpigrados y esquizómidos se divide posteriormente en otras dos pequeñas placas; en los solífugos se fragmenta también, en la parte posterior, en varias placas muy pequeñas; puede también presentar uno o dos surcos transversos, como en los opiliones. Casi toda la parte ventral del prosoma se encuentra cubierta por las coxas de las patas; sin embargo, en algunos quedan restos de las placas esternales. El opistosoma de la mayor parte de los arácnidos se ve segmentado, salvo en las arañas, donde su aspecto es liso. En los escorpiones está dividido en dos subregiones, el mesosoma anterior, ancho, aplanado y con poco movimiento y el metasoma o cola, mucho más angosto y sumamente movible, en cuyo extremo se localiza la vesícula y el aguijón, a través del cual inyectan su veneno. Esta división del opistosoma se observa también en los uropígidos y palpígrados, aunque en éstos el metasoma es mucho más pequeño y angosto, rematando en un largo flagelo, multiarticulado, provisto de numerosas sedas. En los esquizómidos, el opistosoma termina en un flagelo pequeño, que con frecuencia se ve abultado. El interior del opistosoma está ocupado en su mayor parte por los ciegos intestinales y las gónadas.
Figura 2. Vista ventral de un arácnido (araña).
El prosoma presenta seis pares de apéndices; el primer par son los quelíceros, formados por dos o tres artejos, dispuestos en la mayoría como pinzas o quelas, que pueden o no presentar pequeños dientes; en las arañas no son quelados, sino que terminan en dientes agudos, a donde desembocan los conductos de glándulas de veneno; en cambio, a los quelíceros de los pseudoescorpiones llega la secreción de glándulas de seda. Los quelíceros pueden actuar como órganos prensiles para agarrar y matar a las presas, para triturar, aplastar o despedazar a las mismas, como armas de defensa en contra de enemigos, o también como instrumentos cavadores de la tierra; en los solífugos, donde son muy grandes, participan activamente durante el cortejo y en el transporte del espermatóforo al cuerpo de la hembra. El segundo par de apéndices son los pedipalpos, constituidos por tres a seis artejos: coxa, trocánter, fémur, palela, tibia y tarso; su forma y función varían en los diferentes grupos. Pueden tener el aspecto de grandes y poderosas pinzas o quelas, como en los alacranes y pseudoescorpiones, donde actúan como tenazas para agarrar a sus presas; en otros, como los uropígidos, amblipígidos y esquizómidos, también son fuertes, pero no son quelados, sino que están provistos de proyecciones espiniformes muy fuertes, que utilizan también a manera de pinzas para capturar a sus presas. En especies de solífugos y palpígrados suelen usarse como un par más de patas caminadoras y en algunos casos son también útiles para excavar; sin embargo, en la mayor parte de los arácnidos actúan como órganos sensoriales del tacto. Su más grande modificación la han sufrido en las arañas, donde en los machos se han transformado en órganos copuladores que, en algunas especies, son sumamente complicados. Por último están los cuatro pares de patas ambulatorias (tercero, cuarto, quinto y sexto pares de apéndices), que les sirven para desplazarse; en general, constan de los mismos seis artejos ya señalados para los pedipalpos, pero algunos de ellos están divididos en subartejos, como los tarsos de ciertos palpígrados, ricinúlidos, solífugos y uropígidos, pero, sobre todo, amblipígidos y opiliones, donde hay más de 100 subdivisiones. También el fémur puede estar dividido en un basifémur y telofémur, y casos raros, como los ricinúlidos, pueden tener dos trocánteres en algunas patas. Las patas en general terminan en uñas, salvo en uropígidos, amblipígidos y algunos solífugos. En muchas especies de arácnidos el primer par de patas son anteniformes, delgadas, largas y de función sensorial, razón por la cual siempre las llevan levantadas hacia delante con el fin de detectar obstáculos en su camino, posibles presas o pareja sexual, así como a enemigos. En los opiliones y ricinúlidos esta función sensorial de orientación es llevada a cabo por el segundo par de patas.
Según el grupo de que se trate, las patas también sirven para excavar y nadar en caso necesario, y para sostener a la hembra durante el apareamiento; en las arañas son muy importantes para manipular los hilos de seda en las formas que se describen en el capítulo VIII. En los ricinúlidos, el tercer par de patas de los machos está transformado en un aparato copulador sumamente conspicuo. Los apéndices tienen muchas peculiaridades, las cuales se tratarán en los capítulos correspondientes a los diferentes grupos. En el opistosoma no hay apéndices, aunque en algunos se observan ciertas estructuras que se consideran apéndices modificados; tal es el caso de los peines de los alacranes, de función sensorial, y de las hileras de las arañas a través de las cuales sale la secreción de las glándulas de seda.
Los órganos de la vista están representados por ojos sencillos u ocelos, situados siempre en la región anterior del prosoma. Muchos arácnidos pequeños o cavernícolas son ciegos; los demás poseen un par de ojos centrales, a veces sobre un tubérculo ocular, y de uno a cinco ojos laterales; sin embargo, los pseudoescorpiones carecen de ojos centrales y los opiliones de ojos laterales. La mejor visión la poseen las arañas, provistas generalmente de seis a ocho ojos, algunos de ellos capaces de distinguir forma y color. No obstante, el sentido mejor desarrollado entre la mayoría de los arácnidos es el del tacto, gracias al cual pueden subsistir. Una gran variedad de sedas, pelos, sensilas y estructuras especiales, de tamaño y aspecto diferentes, sirven como receptores de muchos tipos de estímulos externos, siendo fundamentalmente táctiles, pero también los hay olfativos, gustativos, auditivos y térmicos, aparte de los visuales. De especial importancia en estos animales son las llamadas tricobotrias, pelos móviles, muy largos y delgados que responden a las corrientes de aire y vibraciones. Otras estructuras frecuentes en los arácnidos son las ranuras sensoriales, esparcidas en los apéndices y el cuerpo; suelen agruparse en los apéndices, constituyendo entonces los órganos liriformes, que responden al movimiento de las articulaciones y a las vibraciones, o sea, que son propiorreceptores.
El sistema nervioso central de los arácnidos, de tipo ganglionar, consta de un cerebro supraesofágico, una masa ganglionar subesofágica y una cadena doble de ganglios que se extiende ventralmente por debajo del tubo digestivo. Esta disposición se observa sólo en los escorpiones, pues en los demás arácnidos los ganglios de la cadena ventral han ido emigrando hacia delante, concentrándose en el prosoma en un gran ganglio subesofágico.
Como la mayor parte de los arácnidos no pueden tragar partículas sólidas grandes, por lo estrecho de su boca y aparato digestivo, tienen que llevar a cabo una digestión parcial del alimento por fuera de su cuerpo antes de poderlo ingerir. Ésta se efectúa vertiendo enzimas directamente sobre los tejidos de la presa o en cavidad preoral, donde han sido colocadas las partículas de la misma, previamente despedazada. La cavidad preoral está formada por los enditos (proyecciones) de las coxas de los pedipalpos y en ocasiones también de las patas; al fondo de esta cavidad se encuentra la boca. El alimento así licuificado es succionado por la faringe bombeadora y acabado de digerir en los ciegos del intestino medio. El ano se abre en la parte posterior del cuerpo.
La excreción de los desechos se efectúa por las glándulas coxales y por los tubos de Malpigio. La respiración de las formas pequeñas se lleva a cabo a través de la piel; el resto de los arácnidos tienen dos tipos de órganos respiratorios, las filotráqueas y las tráqueas; ambos se abren al exterior a través de unos orificios llamados estigmas. Los diferentes grupos poseen uno u otro tipo, sólo las arañas tienen ambos. El aparato circulatorio es un sistema abierto que contiene al equivalente de la sangre, llamado hemolinfa; el corazón consiste en un tubo dorsal, limitado a algunos segmentos y con un par de ostiolos en cada uno; formas pequeñas como los palpígrados, no poseen este órgano.
Los sexos están separados; la abertura genital de ambos sexos se encuentra, generalmente, en el segundo segmento del opistosoma. La forma como el esperma pasa del cuerpo del macho al de la hembra varía en los distintos arácnidos. Los opiliones son los únicos que tienen un verdadero órgano copulador o pene, por medio del cual introducen los espermatozoides directamente en el cuerpo de su compañera. Los machos de las arañas no poseen pene, pero durante su evolución han transformado el extremo de sus pedipalpos en órganos copuladores; el acoplamiento se logra tras un complicado proceso en el cual se cargan estos órganos con el esperma y se introduce en la abertura genital femenina. En los ricinúlidos son las terceras patas las que se han modificado en aparatos copuladores. Todos estos apéndices que ayudan a la reproducción y que se han ido transformando por tal motivo, reciben el nombre de gonopodios. Los demás arácnidos llevan a cabo la fecundación mediante espermatóforos, pequeños saquitos que guardan en su interior al esperma. Según el grupo de que se trate, el espermatóforo puede ser depositado en el suelo o algún otro sustrato y de allí ser tomado o succionado su contenido por la hembra; esto lo hace ella sola o con la ayuda del macho, que puede participar activamente en el proceso. Puede suceder también que el espermatóforo sea pasado directamente del cuerpo de la hembra al del macho, ayudando este último en forma muy eficiente.
La mayoría de los arácnidos son ovíparos, o sea que ponen huevos; sin embargo, algunos son ovovivíparos, es decir, que cuando depositan sus huevos éstos llevan en su interior individuos en avanzado grado de desarrollo; por último, unas pocas especies son vivíparas, por lo que dan nacimiento a seres totalmente formados.
El ciclo de vida de los arácnidos es muy semejante en todos, aunque con las variantes propias de cada grupo; nacen en estado de ninfa, que tiene el aspecto general del adulto, sólo que en pequeño, y después pasan por varias mudas, aumentando de tamaño y adquiriendo mayor número de sedas; al afirmarse otras características alcanzan, finalmente, la madurez sexual, y aparecen entonces las aberturas genitales. El único grupo que se sale de este patrón son los ricinúlidos, cuyo ciclo de vida se asemeja al de varias especies de ácaros; nacen como una larva hexápoda (con sólo seis patas) que, después de mudar, se transforma en una ninfa octópoda (con las ocho patas características); antes de llegar al estado adulto pasan por tres estadios ninfales: protoninfa, deutoninfa y tritoninfa.