EXISTEN
en la naturaleza grupos de animales que, por su pequeño tamaño, su hábitat particular de vida y su aparente insignificancia, siempre han pasado inadvertidos para el hombre. Muy poca gente sabe de su existencia y todavía son menos los que se han interesado por saber algo respecto a su vida. Si a esto se agrega que, en la actualidad, quedan relativamente pocos ejemplares y que éstos son muy difíciles de encontrar, las posibilidades de conocerlos disminuyen aún más. Tal es el caso de tres grupos de arácnidos, conocidos por la mayoría de los biólogos sólo de los libros, ya que jamás han visto un ejemplar vivo o muerto. Todos forman parte de la fauna del suelo y se les puede encontrar entre la hojarasca y tierra suelta o bajo piedras o escombros, aunque la mayor parte tiene hábitos cavernícolas y ha pasado casi la totalidad de su historia evolutiva dentro de las cuevas. Estos grupos, particularmente raros y primitivos, son los palpígrados, los esquizómidos y los ricinúlidos. Como todo ser vivo, desempeñan un papel importante dentro de las comunidades a las que pertenecen, depredando a ciertos animales y sirviendo de alimento a otros. A continuación se relata algo sobre las generalidades y forma de vida de cada uno de ellos.
ORDEN PALPIGRADI
Los palpígrados son, probablemente, los arácnidos que han subsistido hasta la época actual conservando la mayor cantidad de características primitivas. De hecho, se consideran aún más primitivos que los alacranes, a pesar de no haberse encontrado hasta la fecha las formas fósiles que lo comprueben. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no son organismos que se presten fácilmente a la fosilización.
Son los arácnidos más pequeños que se conocen; las formas más grandes no alcanzan ni los 3 mm de longitud. Tienen un color claro, castaño amarillento, casi transparente, por lo que son muy difíciles de distinguir entre los desechos del suelo. Su diminuto y frágil cuerpo está formado por una región anterior o prosoma, que se une a la posterior u opistosoma a través de un pedicelo o parte más estrecha del cuerpo. El prosoma en su parte dorsal está cubierto por tres placas; la anterior es la más grande y cubre la mayor parte de esta región. No presentan ojos, pero en su lugar hay, a cada lado del cuerpo, una mancha sensorial con sedas. Ventralmente se observan cuatro pequeñas plaquitas, como reminiscencia de la división esternal en sus antepasados. El opistosoma se ve segmentado y está dividido, como en los alacranes, en dos subregiones. Una anterior o mesosoma, grande y ancha y una posterior, pequeña y angosta, el metasoma, que se continúa en un largo flagelo o cola, multiarticulado y provisto de numerosas sedas, medianamente largas. Es frecuente ver a estos animales caminando con el flagelo levantado varios milímetros del suelo.
Como todos los arácnidos poseen los seis pares de apéndices conocidos. Los primeros o quelíceros constan de tres artejos, delgados y quelados, o sea que su dedo fijo y su dedo móvil forman una fuerte pinza, que viene a ser la única arma defensora del animal. Los pedipalpos terminan en uña y no sólo tienen aspecto de pata, sino que en realidad la utilizan para caminar. El primer par de patas es más largo que los demás, debido a que el metatarso y el tarso están divididos en varios subartejos; en su parte terminal llevan numerosas sedas largas. Estas patas no las utilizan para desplazarse, sino que las llevan siempre levantadas y dirigidas hacia delante, como si fueran antenas. Esto hace suponer que en ellas residen los principales órganos de los sentidos, mediante los cuales se orientan y perciben lo que sucede a su alrededor. Los tarsos de todas las patas están provistos de dos uñas.
Los palpígrados necesitan de mucha humedad para poder vivir, por eso es que en época de sequía tienden a enterrarse a bastante profundidad. Huyen de la luz directa, por lo que siempre permanecen escondidos; se han encontrado algunos entre la arena de las playas.
Figura 31. Aspecto general de un palpígrado
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Los palpígrados se encuentran distribuidos en los cinco continentes, pero son más abundantes en el área del Mediterráneo. En América se conocen desde el sur de EUA
hasta Sudamérica, pero no se han encontrado en todos los países de esta vasta región. En México se han recolectado escasos ejemplares en muchos estados de la República, pero siempre en forma aislada y casi siempre pertenecientes a la misma especie; sólo en una cueva de San Luis Potosí se han citado como numerosos en detritos del suelo. Por desgracia, el método de colecta habitual para animales de la fauna del suelo, o sea, el procesamiento de muestra de tierra y hojarasca en embudos de Berlese, no ha resultado muy adecuada para capturar palpígrados, pues los que llegan a caer a los tubitos con alcohol de 70° casi nunca conservan su flagelo terminal. Esto indica que se trata de una estructura sumamente frágil, que se desprende con gran facilidad del cuerpo.
Estos pequeños arácnidos viven como depredadores. Con sus relativamente poderosos quelíceros cazan a otros artrópodos tan o más pequeños que ellos; uno de sus manjares predilectos son los colémbolos. No se sabe nada más de su biología, de su reproducción y embriología. Casi siempre, los ejemplares que llegan a colectarse son hembras; si éstas son escasas, los machos lo son aún más. Se conocen como 50 especies de todo el mundo y pertenecen a una sola familia Eukoeneniidae. Los ejemplares que se han encontrado en territorio mexicano pertenecen a especies del género Koenenia.
ORDEN SCHIZOMIDA
Los esquizómidos son otro grupo raro de animales que antiguamente se situaban como un suborden de los Uropygi o vinagrillos. Sin embargo, las características morfológicas difieren tanto en los dos grupos, empezando por el tamaño, que fue algo normal y lógico que finalmente se separaran como entidades diferentes. La realidad es que durante mucho tiempo se supo tan poco de ellos, que se les situaba entre los uropígidos sólo por encontrarles un lugar dentro de la clasificación de los arácnidos, pero no porque tuvieran grandes afinidades con alguno en particular. El conocimiento de estos animales se ha impulsado mucho en los últimos años gracias a la labor desarrollada por investigadores estadunidenses como J. M. Rowland y J. R. Reddell, que han trabajado intensamente para conocer la fauna de estos extraños arácnidos. Gran parte de su tiempo lo han pasado colectando especímenes en México, de donde se han descrito la mayor parte de las especies hasta hoy conocidas; describieron también una familia nueva, Protoschizomidae, que únicamente se encuentra en este país.
En la actualidad se conocen alrededor de 110 especies de esquizómidos de ciertas regiones tropicales y subtropicales del mundo. En México se han encontrado principalmente al sur del país y a lo largo del borde este de la Sierra Madre Oriental. Aparte de la familia mexicana ya mencionada, que comprende tan sólo cuatro especies, todas las restantes pertenecen a la familia Schizomidae, y alrededor de 100 al género Schizomus. En territorio mexicano existen alrededor de 20 especies de este género. Esta desproporción en la clasificación de los esquizómidos indica que todavía falta mucho por conocer sobre este grupo, aunque las bases de su conocimiento ya estén señaladas.
Los esquizómidos son animales pequeños; el más grande apenas si llega a los 7 mm. El color de su cuerpo varía en las diferentes especies, teniendo diversas tonalidades de castaño y verde. Como miembros de la fauna del suelo se les encuentra entre la hojarasca y tierra suelta, debajo de piedras y entre la madera podrida; algunos pueden enterrarse cavando túneles; los cavernícolas se refugian en los rincones o ranuras de las paredes de la cueva. Llegan con frecuencia al guano de los murciélagos, donde encuentran numerosas presas para su alimentación que consisten en otros pequeños artrópodos o formas de desarrollo de los mismos; a todos ellos los capturan y sujetan con sus pedipalpos mientras los desgarran con sus quelíceros.
Su cuerpo presenta el dorso del prosoma dividido en tres placas; la anterior es más grande que las otras dos laterales. No tienen ojos, pero algunos ejemplares poseen en su lugar manchas oculares de aspecto ovalado, triangular o irregular que, sin duda alguna, son sensibles a la luz. Las formas cavernícolas no poseen estas manchas oculares o están muy débilmente marcadas. La parte posterior del cuerpo u opistosoma termina en un flagelo pequeño, con sólo tres o cuatro divisiones y que, con frecuencia, se ve abultado. El flagelo del macho es característico de las diferentes especies, por lo que tiene una importancia taxonómica. Una de las razones por las cuales se incluían antes entre los uropígidos es que, al igual que ellos, poseen glándulas anales, aunque no se sabe cómo funcionan. Otra característica que el especialista toma en cuenta para la determinación de las especies, es la forma de la espermateca de la hembra, que es una pequeña estructura que sirve para almacenar a los espermatozoides, mientras los óvulos completan su desarrollo.
Los quelíceros están constituidos por dos artejos, formando así unas pequeñas pinzas o quelas. Los pedipalpos tienen aspecto de patas y carecen de que las, y aunque se ven poco robustos son prensiles y muy eficaces en la captura de las presas. El primer par de patas es mucho más largo y delgado que los demás y está provisto de órganos sensoriales que ayudan al animal en su orientación.
El dimorfismo sexual es muy poco aparente. Lo único que se distingue en algunas especies son los pedipalpos del macho, más largos que los de la hembra, y su flagelo, mucho más grueso que el de ella.
Figura 32. Aspecto general de un Esquizómido.
La reproducción se lleva a cabo mediante espermatóforos. Antes de que el macho lo deposite en el suelo, la pareja realiza una serie de preparativos característicos de los esquizómidos, que conducen al acoplamiento final. Cuando el macho encuentra una hembra receptiva empieza a corretearla hasta que ella se detiene. Comienza entonces a agitar su cuerpo y su primer par de patas, lo cual provoca que ella voltee y quede frente a él; el macho, también se voltea y coloca su flagelo terminal frente a la hembra, que lo tomará con sus quelíceros, quedando así sujeta a él. A continuación, el macho iniciará una caminata, jalando consigo a la hembra afianzada a él, hasta encontrar un sitio adecuado para depositar el espermatóforo. Una vez logrado esto, jalará a su pareja de manera que la abertura genital de ella quede juntamente por encima del espermatóforo; por presión, éste desprenderá su punta y pasará el esperma al gonoporo de la hembra. Concluido el proceso, la hembra soltará al macho y cada uno seguirá su camino. Nótese que aquí no es el macho el que sujeta a la hembra en el momento del apareamiento, como sucede en algunos otros arácnidos, sino que es la hembra la encargada de agarrarse al flagelo del macho.
La hembra fecundada cavará entonces una pequeña cavidad en el suelo, en la cual se meterá para permanecer tranquila, esperando el momento de la oviposición. Llegado éste pondrá unos siete huevecillos que quedarán aglutinados y pegados a su orificio genital hasta el nacimiento de las pequeñas ninfas octópodas, cuyo aspecto es muy parecido al de los adultos.
ORDEN RICINULEI
A pesar de las características poco comunes que se encuentran en varios de los arácnidos ya descritos, los ricinúlidos se consideran los más raros de todos. Debido a su vida oculta y secreta han sido ignorados por la mayor parte de los hombres. La historia de su conocimiento ha estado rodeada también de circunstancias particulares, empezando por el hecho de que, antes de identificarlos como seres vivientes actuales, se conocieron como fósiles del Carbonífero. Todavía a principios del siglo pasado nadie tenía idea de su existencia. Fue en 1836 cuando Buckland encontró el fósil de un raro ejemplar, al que denominó Curculioides ansticii, por creer que se trataba de un coleóptero curculiónido. Dos años después, Guérin-Meneville, basándose en dos especímenes capturados en Guinea, describió a la primera especie viviente de estos animales. Aunque los identificó como arácnidos, no reconoció que pertenecían a una entidad taxonómica hasta ese momento desconocida; pensó que se trataba de un opilión. Realmente, es a Hansen y Sorensen (1904) a los que se debe el establecimiento del orden Ricinulei.
Después de más de 150 años todavía se sigue considerando a estos animales como seres extraños y poco comunes. Durante mucho tiempo no lograron encontrarse más que unos pocos ejemplares de las especies nuevas que iban describiéndose. Hasta la década de 1930 sólo se habían capturado de uno a ocho individuos en cada colecta, en localidades muy restringidas de todo el mundo. Pero de pronto, Finnegan (1935) da a conocer la captura de 317 ejemplares de una especie de Camerón; Osorio Tafail (1947) encuentra a más de 200 individuos de otra especie en una cueva de Yucatán, México; Pollock (1967) habla de 142 ejemplares de una especie de Sierra Leona y finalmente, Mitchell (1969) alcanza el récord con 1 035 especímenes de Cryptocellus pelaezi, en una cueva de Tamaulipas, México. Otras colectas menores se han hecho en distintas localidades del Continente Americano.
De acuerdo con el registro fósil estos raros animales aparecieron en el Carbonífero; se conocen dos géneros y 11 especies fósiles. Por lo que se refiere a las formas vivientes se han descrito dos géneros: Ricinoides, del Oeste de África tropical, con siete especies, y Cryptocellus, exclusivo de América tropical y subtropical, con más de 20 especies; en total se conocen alrededor de 30 especies actuales. Aparentemente, México es uno de sus lugares preferidos, pues es donde mayor número de especies y de ejemplares se han encontrado. Bolívar (1946-1947) y Gutiérrez (1970) son los dos autores que iniciaron su estudio en este país. Sin embargo, R. W. Mitchell (1969,1970 y 1972) es el que más ha contribuido al conocimiento de su biología; en colaboración con Pittard (1972) describió todo el ciclo de vida de C. pelaezi, en un trabajo excelente.
Aunque no tienen un tamaño tan diminuto como los arácnidos anteriores, también se les considera pequeños, pues miden entre medio y un centímetro. Son de color castaño grisáceo, en diversas tonalidades, con un tegumento muy esclerosado. Reúnen una serie de características tan raras y particulares de ellos, que los científicos los catalogan como animales fuera de lo común. Una de las estructuras más notables, es el llamado cucullus, que es como una pequeña tapa articulada al margen anterior del prosoma, que cuelga hacia abajo cubriendo completamente las paredes bucales, pero que también puede elevarse a voluntad del animal, adquiriendo una posición horizontal. En su superficie ventral presenta dos depresiones, en las cuales embonan perfectamente los quelíceros cuando dicha tapa se cierra. Aparte de la protección que presta a las partes bucales, el cucullus le sirve al ricinúlido para ayudar a capturar a sus presas, para sostener el alimento mientras es ingerido y, en las hembras, para cargar los huevos, con la ayuda de los quelíceros y los pedipalpos. Asimismo, durante el apareamiento hay un momento en que el macho, para sostenerse sobre la hembra, atora el borde de su cucullus a un surco que ella tiene dorsalmente, entre el prosoma y el opistosoma.
Figura 33. Aspecto general de un ricinúlido.
Los quelíceros son pequeños, quelados y están formados de dos artejos que pueden extenderse y contraerse; los dedos de la quela están, a su vez, provistos de pequeños dientecillos. Los pedipalpos son también pequeños, están en posición ventral y tienen aspecto de patas, aunque terminan en una corta quela, cuyo dedo móvil y largo, es dorsal y no ventral, caso único entre los arácnidos. El dedo fijo o tarso es pequeño. Ambos dedos están provistos de dientes. Los pedipalpos tienen dos particularidades. La primera es que poseen dos trocánteres y la segunda, que el fémur, a partir de su articulación con el segundo trocánter, es capaz de rotar 180°. Las coxas de los pedipalpos, por su parte, están fusionadas formando la cavidad preoral, que es pequeña. Las partes bucales ayudan en el proceso de capturar, sostener y de agarrar a las presas. En las hembras, los pedipalpos cargan los huevos; en los machos, estos apéndices ayudan a sostener a la hembra durante el apareamiento.
Como en todos los arácnidos, el cuerpo está formado por el prosoma y el opistosoma que, aparentemente, se encuentran unidos en todo su ancho, pero, en realidad, están conectados por un pedicelo corto, que permanece oculto bajo las coxas del último par de patas. Sobre un surco de estas últimas se encuentran también los estigmas respiratorios. Toda la parte dorsal del prosoma se encuentra protegida por un carapacho y la región ventral queda cubierta por las coxas de todas las patas. En el borde posterior de las terceras coxas se abren los orificios de las glándulas coxales. No tienen ojos. El opistosoma está constituido por 10 segmentos; los dos primeros forman el pedicelo angosto, donde se encuentra la abertura genital, cuyo epitelio se proyecta hacia afuera durante el apareamiento y la oviposición de las hembras. En los machos se observa un elemento tubiforme por donde sale la gota de esperma, pero que no es un pene, ya que la cópula no se lleva a cabo a través de él. El opistosoma se ve cubierto por cuatro grandes metámeros, seguido por otros cuatro pequeños y angostos, que están enchufados uno dentro del otro, siendo el último el anal.
En las patas también se encuentran características notables. El primer par, que en otros arácnidos suele ser el más largo, en este caso es el más corto y consta de los acostumbrados artejos: coxa, trocánter, fémur, patela, tibia, metatarso y tarso, con un solo tarsómero. El segundo par de patas es el más largo de todos, con cinco subartejos tarsales o tarsómeros; en algunos machos, el fémur es un poco más grande que en la hembra. En las terceras patas se encuentra el aparato copulador del macho, que bien podría considerarse como una extravagancia de la naturaleza, por lo complicado de su morfología. Se localiza en el metatarso y en el tarso de cada una de estas terceras patas, y estos dos artejos resultan completamente modificados con procesos, láminas, surcos y otros elementos que a simple vista los distinguen de inmediato de las hembras, cuyas patas son normales, sin ninguna alteración. Estas terceras patas poseen además dos trocánteres y cuatro tarsómeros. Finalmente, las cuartas patas tienen también dos trocánteres y todos los demás artejos acostumbrados.
En la época de reproducción es posible que los sexos se aproximen entre sí por la influencia de feromonas. El macho, que siempre va caminando con sus segundas largas patas extendidas hacia adelante, con el fin de orientarse, al tocar con una de ellas a alguna hembra madura reaccionará de inmediato y comenzará a inspeccionarla y a acariciarla, dándole ligeros golpecitos con sus patas. Atraída por este proceder, la hembra permitirá que el macho se suba sobre ella, viendo ambos hacia la misma dirección. Para asegurar su posición, el macho introducirá su cucullus en una ranura del dorso de la hembra, continuando las caricias durante todo este tiempo. Llegado el momento, el macho elevará un poco su opistosoma y con una de sus terceras patas tomará de su orificio genital una gota de esperma blanco, con cubierta membranosa. Con ayuda del complicado aparato copulador de las terceras patas llevará entonces esta gota hasta la abertura genital de la hembra y la introducirá en ella, efectuando durante 10 o 15 minutos movimientos rápidos de entrada y salida. Durante todo el proceso sexual, que dura aproximadamente una hora, el macho mantendrá abrazada a la hembra con sus patas.
Parece ser que los ricinúlidos ponen pocos huevos. Ocasionalmente se ha observado a una hembra cargando uno de sus huevos; éstos son muy grandes, en proporción al tamaño de la madre. Su ciclo de vida consta de seis estadios. Del huevo nace una larva con sólo tres pares de patas (hexápoda), igual que los ácaros; son los únicos arácnidos que presentan este estado. Llegado el momento, dicha larva se transforma en ninfa, que ya tendrá los cuatro pares de patas (octópoda). El estado de ninfa pasa por tres diferentes estadios: protoninfa, deutoninfa y tritoninfa, dando esta última lugar al adulto. Estas tres etapas ninfales, así como el proceso de la metamorfosis que aquí se observa, se presenta también en los ácaros.
La mayor parte de los ricinúlidos vive en cuevas, aunque hay algunas especies que se han adaptado a vivir entre la hojarasca de los bosques tropicales. Son animales muy sensibles a la luz, a las corrientes de aire y a la desecación. Cuando el medio en que viven se seca, suelen enterrarse para buscar más humedad. Se les ha encontrado en las regiones tropicales y subtropicales del oeste de África y de América.
Se alimentan de otros pequeños artrópodos o de los estados juveniles de éstos, como larvas de insectos y ninfas de otros arácnidos, principalmente arañas; tampoco desaprovechan los huevos de todos estos animales. En las cuevas suelen comerse a las pupas de dípteros de la familia Streblidae, abundantes en las paredes de las cavernas. Estos dípteros, que se ven como mosquitas pequeñas, viven en estado adulto como parásitos exclusivos de los murciélagos.