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MARAÑA DE PATAS

ESTE capítulo se va a referir a unos animales que, en México, se conocen con el nombre común de arañas patonas; en algunas localidades se llaman también macacos y en el centro del país, sacabuches. La primera denominación es inadecuada, pues ni son arañas ni todos tienen las patas largas. Pertenecen a un grupo de arácnidos completamente diferente al de las arañas, que se designa como orden Opiliones, según algunos autores, u orden Phalangida, según otros. Se trata de animales con cuerpo relativamente pequeño, que miden entre 1 a 22 mm, dependiendo de la edad y de la especie. Sus patas pueden ser cortas, medianas o exageradamente largas, llegando a alcanzar varias veces el tamaño de su propio cuerpo; esta relación llega a ser de 20, 30 y hasta cerca de 40 veces mayor. La longitud no es uniforme para los cuatro pares de patas de un individuo; generalmente es un par, el segundo o el cuarto, el que alcanza el mayor tamaño. Tal vez muchos se preguntan si esto no es una exageración de la naturaleza, ¿cómo es posible que tal desproporción de las partes anatómicas pueda favorecer en algo la vida del animal? Y sin embargo, su historia evolutiva demuestra que dichas características, en alguna forma, han sido de gran utilidad a los opiliones, puesto que llegaron a consolidarse en el curso de la selección natural que ha tenido lugar desde el Carbonífero (hace aproximadamente 250 000 000 de años), periodo en que aparecen los falángidos, de acuerdo con el registro fósil que de ellos se tiene. Estos arácnidos no sólo han subsistido con todo éxito hasta nuestros días, sino que las más de 3 500 especies que en la actualidad se conocen se encuentran perfectamente adaptadas y establecidas en sus hábitats respectivos.

 

Figura 27. Un opilión con sus largas patas.

Los opiliones no son animales que llamen mucho la atención. Con excepción de algunas especies tropicales, que pueden tener ornamentaciones brillantes en verde, amarillo, naranja o rojo, el resto tiene tonalidades opacas, en gris, negro o café. Son sumamente tímidos y escurridizos, huyendo al menor disturbio del medio. Pocos desempeñan sus actividades durante el día, pues la mayor parte son de hábitos nocturnos.

El hombre tolera su presencia con gran tranquilidad, pues sabe que son inofensivos. A pesar de su falta de notoriedad, son animales que casi todo el mundo conoce, pues con frecuencia penetran a las habitaciones humanas o a los sitios a los que concurre el hombre. Es raro, por ejemplo, que una ama de casa no se haya topado alguna vez con uno de estos arácnidos, pues a menudo se encuentran agazapados en uno de los rincones del techo o escondidos en las cortinas, los muebles o algún otro objeto casero. Cuando estas hacendosas mujeres los llegan a vislumbrar, por regla general los matan, no porque piensen que puedan ser nocivos, sino porque no les gusta tener ninguna alimaña dentro de sus casas. En otros sitios, cuyo personal es menos exigente en cuanto al aseo y pureza del ambiente, como diversos talleres artesanales y otros locales de trabajo, así como en ciertos centros recreativos como billares, parques deportivos, etc., o en lugares más en contacto con la naturaleza, como ranchos y granjas, casi siempre están presentes los opiliones y puede pasar mucho tiempo antes de que lleguen a ser molestados, pues el hombre no se fija en ellos y si los ve, sencillamente no les hace caso.

Los falángidos tienen una amplia distribución en los cinco continentes del mundo. Se les encuentra en diversos hábitats terrestres: bajo la corteza y en huecos de numerosos árboles, en troncos secos, entre los arbustos y las hierbas, caminando sobre la superficie del suelo o de los diversos elementos naturales; subiendo y bajando por los distintos vegetales; entre la hojarasca de un bosque o de un matorral, entre los musgos y las plantas de diversos cultivos, en varios desechos orgánicos; en sitios oscuros y húmedos como cuevas, sótanos, minas, túneles y debajo de piedras; en las cercanías de los arroyos, ríos, lagos o cualquier otro depósito de agua; a algunas especies les gusta caminar bajo el Sol, otras prefieren los lugares sombreados, pero todas buscan cierto grado de humedad. Gran número de ellos vive en las regiones tropicales y en las templadas, pero también los hay en países de clima frío.

Muchos opiliones son solitarios; otros, aunque no permanezcan juntos, siempre están cerca unos de otros, compartiendo el tronco de un árbol, un espacio cubierto de musgo o cualquier otro pedazo de vegetación. Pero también hay ciertas especies del suborden Palpatores, que suelen reunirse en grandes concentraciones de cientos y hasta de miles de ejemplares, sostenidos unos sobre otros por sus pedipalpos y largas y finas patas. Llegan a cubrir espacios de uno a varios metros cuadrados, en sitios protegidos por alguna construcción o por algún elemento natural, bajo techos, cuevas, minas o grandes hendeduras de rocas, entre los troncos o grandes ramas de los árboles y de cactus, como los llamados candelabros de las zonas áridas. Todos estos conjuntos suelen pasar inadvertidos, pues por la sutileza de las patas parecen cúmulos o masas muy flojas y tenues, que fácilmente se confunden con el medio. En esta forma permanecen horas sin moverse, acomodándose alguno de vez en cuando. Pero si se acerca alguien y los molesta un poco, soplándoles por ejemplo, esa maraña de patas entrará de pronto en actividad, moviéndose por todos lados, dispersándose los individuos en todas direcciones, cayendo algunos al suelo y desapareciendo todos al cabo de pocos minutos. Es un espectáculo realmente interesante. La transmisión del estímulo se va extendiendo en forma mecánica a toda la masa, a través de las patas. Hace todavía unos 25 o 30 años que estos conjuntos de opiliones eran frecuentes en los campos de los estados de México, Morelos y Guerrero; sin embargo, a medida que el hombre ha invadido las tierras, para transformarlas en zonas de cultivo o de construcción, han ido desapareciendo poco a poco.

En un tipo de agregación diurna, como la que se acaba de describir, los individuos están orientados en todas direcciones y las patas las mantienen flexionadas o ligeramente extendidas. Pero hay otros tipos de agregaciones, desde las formadas por pocos ejemplares en la época de reproducción, hasta las que se estructuran para pasar el invierno y que pueden ser mucho más densas, para protegerse del frío. Tanto la temperatura como la humedad son dos factores importantes que influyen en el comportamiento de estos animales. En estas agregaciones de invierno, los opiliones se sujetan por medio de sus pedipalpos y acomodan sus patas extendidas y rectas hacia abajo, pegadas todas al cuerpo.

También hay agregaciones de opiliones monoespecíficas, o sea, que están constituidas por una sola especie, y otras heteroespecíficas, en cuya formación intervienen dos o más especies. Según algunos autores, es posible que exista una sustancia de agregación, secretada por los falángidos, que es la que los estimula a reunirse.

Hablando de su morfología, presentan características exclusivas que los diferencian de todos los demás animales de la clase (hay que recordar que aquí no se incluyen a los ácaros). Así, son los únicos arácnidos cuyos machos tienen un verdadero órgano copulador o pene y cuyas hembras poseen un ovipositor. Ambas estructuras no son visibles desde afuera, pero son capaces de proyectarse en el momento oportuno; las dos suelen ser muy largas. Además, los opiliones están provistos de un par de glándulas odoríferas en el prosoma, que utilizan como defensa.

La parte anterior (prosoma) y la posterior (opistosoma) del cuerpo se encuentran unidas entre sí en todo lo ancho, sin tener un estrechamiento o pedicelo entre ellas. Sin embargo, la forma varía en las diferentes especies, y mientras que muchos tienen una forma ovalada, de consistencia más o menos blanda, otros presentan un aspecto aplanado y duro, con la parte posterior más ancha que la anterior, provista a veces con proyecciones como espinas muy esclerosadas. Los más primitivos se asemejan en su aspecto general a los ácaros opilioacáridos; por eso es que muchos autores relacionan a los dos grupos filogenéticamente.

El dorso del prosoma tiene, por regla general, uno o dos surcos transversales y en la parte anterior central se encuentran dos ojos, uno a cada lado de un tubérculo ocular, viendo hacia los lados. Lo más probable es que estos ojos sólo perciban los cambios de intensidad de la luz. En algunas especies el tubérculo ocular se proyecta sobre las partes bucales. En ocasiones el prosoma está cubierto por un escudo, que puede prolongarse hacia atrás, sobre los primeros segmentos del opistosoma. En la parte ventral y anterior del cuerpo se encuentra la cavidad preoral, donde se digiere parcialmente el alimento. La abertura genital o gonoporo casi siempre está situada por detrás del tercer par de coxas de las patas y puede estar cubierta por un opérculo. El macho está provisto de un órgano copulador o pene que, en algunas especies, es muy largo; lo mantiene introducido en su cuerpo hasta el momento de la cópula, que es cuando lo proyecta. La hembra, en el momento de poner sus huevos, por presión del cuerpo, saca un ovipositor, que también puede ser muy largo. Dicho ovipositor suele estar formado por diferentes porciones, hasta el número exagerado de 30, las cuales quedan enchufadas una dentro de la otra, a la manera de un telescopio.

 

Figura 28. Aspecto general de un opilión.

Las partes bucales, como siempre, están formadas por los quelíceros y los pedipalpos; los primeros, de tres artejos, son relativamente largos y quelados, o sea, están provistos de pinzas. Los pedipalpos con uñas tienen aspecto de patas, pero mucho más cortos; en algunas especies son fuertes y están provistos de espinas. Aunque algunos presentan patas de una longitud moderada, en otros hay la tendencia a alargar exageradamente estos apéndices. En estos casos, el último artejo, el tarso, se encuentra dividido en numerosos subartejos que, a veces, son más de 100. Esto les permite sujetarse a los objetos de manera muy peculiar y distinta a cualquier otro arácnido, pues las patas, aparte de ser largas, son muy delgadas y flexibles y, por lo mismo, tienen la facilidad de enrollarse en la punta de hierbas o ramas, obteniendo así un punto de apoyo muy firme. Los tarsos terminan en una o dos uñas o en una uña trirramificada. Las patas más largas son generalmente el segundo par, donde deben residir órganos sensoriales muy importantes, ya que siempre las llevan por delante, tanteando el camino, orientándose y librando obstáculos con su ayuda. Si los opiniones se encuentran parados y oyen de pronto un ruido, lo primero que hacen es levantar este segundo par de patas para obtener una mayor información al respecto.

Tanto el cuerpo como las patas se encuentran cubiertos de sedas sensoriales, de función táctil principalmente. En los apéndices, existen otras estructuras sensoriales, quimiorreceptoras y auditivas, además de los órganos liriformes, que son propiorreceptores.

Machos y hembras son muy parecidos entre sí, aunque a veces difieren un poco en la coloración del cuerpo. En ocasiones, el macho es más pequeño, con patas más largas, los quelíceros más desarrollados y las espinas del cuerpo más pronunciadas (en las especies que existen). Difieren, desde luego, en los órganos sexuales, pero como ya se indicó, éstos únicamente son visibles en el momento de usarse.

En la época de reproducción, llegado el momento de aparearse, no se presenta ningún preparativo o cortejo prenupcial, y tan pronto se encuentran y se identifican los sexos se lleva a cabo la cópula. Primero, se sitúan frente a frente, se toman de las patas delanteras, el macho a veces eleva un poco el cuerpo de la hembra y sin más ni más introduce su largo y puntiagudo pene en el gonoporo de ella, pasándolo por sus quelíceros. Esto dura unos cuantos segundos. En otras especies, el macho se sube primero al dorso de la hembra, se agarra y presiona fuertemente con sus patas al cuerpo de ésta, al mismo tiempo que se desliza por uno de los lados, hasta lograr quedar vientre con vientre. Finalmente inserta su pene en la abertura genital femenina, quedando en esta postura durante varios minutos. A diferencia de algunos otros arácnidos, los dos participantes del acto se separan pacíficamente una vez terminado el proceso. La cópula puede repetirse varias veces entre los mismos u otros participantes. Algunos investigadores del grupo aseguran haber comprobado la partenogénesis entre estos animales, es decir, el desarrollo de los óvulos de la madre sin la intervención del macho.

 

Figura 29. Pareja de opiliones en cópula.

 

Figura 30. Opilión hembra ovopositando.


Poco tiempo después del apareamiento, la hembra se dispone a poner sus huevos, para lo cual busca el lugar adecuado, con cierto grado de humedad. Dependiendo de las especies y con ayuda del largo ovipositor elástico y movible, los huevos son depositados en varios sitios, debajo de piedras, entre la hojarasca y desechos vegetales, bajo la corteza de los árboles muertos o entre pedazos de madera, en la tierra húmeda a bastante profundidad o en el tallo de algunas plantas que han sido perforadas previamente por un insecto. Otros aprovechan las conchas vacías de los caracoles, ya sea que estén abandonadas o que ellos se coman a su ocupante. Una vez puesto el grupo de huevecillos, que son alrededor de 1 a 35, sellan la entrada de la concha con una secreción especial, después de lo cual la hembra se va y no vuelve a ocuparse de ellos. Por regla general, son pocos los huevecillos que ponen en cada oviposición, pero como ésta se repite varias veces, llegan a depositar un total de 200 a 600 huevos, dependiendo de la especie. Este proceso tiene lugar casi siempre después de que anochece.

Los huevos son pequeños, 0.50 mm de diámetro, redondos y de un color amarillo pálido. Dependiendo de la especie y del clima en donde vivan, los huevos se abren a las tres o cuatro semanas o, si fueron puestos en otoño, pasarán el invierno en este estado, y las ninfas eclosionarán hasta la siguiente primavera. El opilión recién nacido es igual que el adulto, sólo que mucho más pequeño. Poco tiempo después de emerger realiza la primera muda; las siguientes las efectuará cada 10 o más días, dependiendo de la temperatura y de la cantidad de alimento que logre conseguir. Según la especie llevará a cabo de 6 a 10 mudas, hasta alcanzar su madurez sexual en 6 a 8 semanas. Una vez que llega al estado adulto, ya no mudará. Su longevidad es aproximadamente de un año; los que nacen en otoño casi siempre mueren en el otoño o en el invierno siguientes. Los machos mueren antes que las hembras, las que prolongan su vida hasta la primavera en que se ponen sus huevos. Parece ser que algunas especies logran vivir más tiempo.

Tanto en el momento del nacimiento, como durante las mudas que realizan durante su vida, los opiliones tienen dificultades con sus largas patas. Para mudar se cuelgan de una rama, boca abajo, sujetándose con las uñas de las cuartas patas. Después de que la exuvia, o exoesqueleto viejo se rompe, queda libre el cuerpo, pero entonces tendrán que ir jalando cada pata de su cubierta antigua, una por una, ayudándose con los pedipalpos y los quelíceros. El proceso de la muda representa un momento crítico en la vida de cualquier artrópodo, pero en los opiliones se complica un poco más por la longitud exagerada de sus patas.

Por lo que se refiere a su alimentación, cuando son muy pequeños el tamaño de sus presas está acorde con su tamaño. Durante la noche cazan pequeños insectos y otros animales, agarrándolos con sus quelíceros. A medida que van creciendo y se van fortaleciendo más, cazarán presas mayores. Forman parte de su dieta colémbolos, tijeretas, pequeños dípteros, chapulines, larvas, pupas y adultos de varios lepidópteros o mariposas y otros insectos, pulgones, cochinillas, arañas, otros opiliones, ácaros, lombrices de tierra y caracoles. Algunas especies secretan una sustancia viscosa, que queda como gotitas en las sedas de los pedipalpos; al mover estos apéndices entre la hojarasca, quedarán pegados a las gotas pequeños animales como colémbolos, por ejemplo, que posteriormente serán comidos. Estas gotas desaparecen durante las mudas, pero después vuelven a aparecer. Además, tienen un método muy particular para aplacar a las presas que ejercen resistencia; encierran al cautivo entre sus ocho patas y a continuación dejan caer su cuerpo sobre él, una y otra vez, hasta que lo atontan o inmovilizan. En seguida lo agarran con sus quelíceros para despedazarlos y colocan los trozos en la cavidad preoral, donde son licuados mediante las enzimas que vierten sobre ellos. Sin embargo, son de los pocos arácnidos capaces de tragar pequeñas partículas sólidas, no totalmente desintegradas.

Algunos opiliones se alimentan de materia vegetal, succionando los jugos de frutos caídos, o de fruta blanda, como plátanos; otros tienen preferencia por los hongos, son micófagos, y otros más son saprófagos, o sea que pueden consumir materia orgánica en descomposición, tanto de origen vegetal como animal, como las heces de ciertas aves y otros animales (coprófagos) o de los cadáveres de éstos últimos (necrófagos). Si viven en un medio húmedo no requieren beber agua, pero si las condiciones del medio son secas, suelen tomar este líquido con frecuencia.

A los opiliones les gusta acicalarse, de manera que después de cada muda o acabando de alimentarse, asean perfectamente sus apéndices. Lavan sus quelíceros en el agua, cuando van a beber. Los pedipalpos los limpian con sus quelíceros y las patas las van pasando una por una, por debajo del cuerpo y entre los quelíceros; comienzan con el fémur, sigue la genua, la tibia y la larga hilera de subartejo del tarso. Cuando llegan a las uñas, la larga pata está completamente curvada, así que, al soltarse, saltará como por un resorte. Algunos especialistas piensan que durante este proceso de limpieza distribuyen en sus apéndices una sustancia antibiótica que los protegerá de gérmenes dañinos.

Como todos los animales, los falángidos también tienen sus enemigos naturales, depredadores y parásitos. Entre los primeros se cuentan a los ciempiés, las arañas, los alacranes, otros opiliones, varios insectos como hormigas y grillos, diversos vertebrados como ciertos peces, ranas, sapos, salamandras, lagartijas, varias aves y mamíferos, tales como murciélagos, zorrillos, ratas y otros roedores. Estos depredadores no siempre logran su propósito, pues los opiliones también tienen su forma de defenderse. Con frecuencia sucede que el captor de un falángido de pronto lo suelta y lo rechaza, alejándose de él. Esta reacción es debida a la secreción de las glándulas odoríferas del opilión, que se encuentran en la parte anterior del prosoma, justo por arriba del segundo par de patas. Dependiendo de la especie esta sustancia puede salir como vapor, como rocío o como un chorro, que el opilión lanza en cualquier dirección en que se encuentre el agresor; en otros sale como una gota que toma con alguna de las patas y lanza contra el enemigo. Este líquido tiene un olor peculiar que no siempre percibe el hombre; tampoco logran definirlo bien aquellos que lo han olido. Según unos huele a yodo, según otro a nueces, o a un olor medio dulzón, muy intenso. Se ha visto, además, que esta secreción suele extenderse sobre el prosoma, por acción capilar y llegar hasta el opistosoma por los surcos laterales.

En una especie sudamericana se encontró que esta secreción estaba compuesta por quinonas, con propiedades antibióticas, y se le dio el nombre de gonileptidina (Estable, 1955). Pero parece ser que la composición de esta sustancia varía según la especie, pues se han encontrado en otras diversos compuestos como fenoles, quetonas, alcoholes, aldehídos, etc. De cualquier forma, el hecho es que debe tener un olor y/o sabor repugnante o irritante para los depredadores de opiliones, que con frecuencia los sueltan violentamente después de haberlos capturado.

Por todo lo aquí señalado a esta secreción se le han atribuido varias funciones, aparte de servir como defensa. Se piensa que por sus propiedades antibióticas le brinda al opilión protección en contra de microorganismos patógenos; que puede actuar como una feromona de reconocimiento tanto intraespecífico como de los sexos; y finalmente, que es una sustancia de atracción sexual, de alarma y de agregación.

Otra forma que adoptan los opiliones para proteger su vida, es la de fingirse muertos por unos minutos, dejando quietos, rígidos o contraídos todos los apéndices. Se les puede manipular, voltearlos para arriba y para abajo, sin lograr que se muevan, como si, efectivamente, hubieran pasado a formar parte del otro mundo.

El método más conocido de defensa de los opiliones es el de desprender, por propia voluntad, una de sus patas, precisamente aquella que haya sido apresada por algún enemigo; a este fenómeno se le designa con el nombre de autotomía. La pata se separa siempre a nivel de la articulación trocánter-fémur y, después de desprendida, se seguirá contrayendo durante algunos segundos más, en poder del captor, mientras el opilión aprovecha el momento para huir. Esta manera de escapar de los depredadores parece ser muy efectiva, pues con mucha frecuencia se encuentran en la naturaleza opiliones con el número de patas incompleto. Lo que no deja de ser notable es el hecho de que los opiliones se desprendan tan fácilmente de sus miembros y no sean capaces de regenerarlos durante las mudas, como sucede con la mayoría de los arácnidos. El falángido que, como ninfa pequeña, pierde una pata, estará sin ella el resto de su existencia. Esto podría considerarse como un verdadero sacrificio del opilión, en el afán de conservar su vida. Sin embargo, no parece importarles mucho perder una o varias de sus patas. Un autor cita el caso de un opilión que continuaba desplazándose con tan sólo dos patas.

En el campo es frecuente encontrar falángidos que llevan unos pequeños organismos rojos pegados al cuerpo o a sus patas. Se trata de larvas ectoparásitas de ácaros pertenecientes a la familia Erythraeidae, y casi siempre especies del género Leptus. Se ignora hasta qué grado puedan dañarlos, aunque se sabe que se alimentan de la hemolinfa de estos arácnidos. También suelen encontrarse, sobre las mismas partes anatómicas del falángido, otros ácaros muy pequeños de color blanco. En este caso no se trata de parásitos, sino de deutoninfas de otros ácaros astigmados que se suben al cuerpo del arácnido tan sólo para ser transportados de un lugar a otro, pero sin causarle daño al huésped. Se trata de una asociación forética, muy utilizada por los ácaros para desplazarse.

Parece ser que a los ácaros no les afecta la secreción repelente de los opiliones, pues es muy común en la naturaleza el cuadro de ácaros parásitos, y de ácaros forontes.

 
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